Un día plomizo en Madrid

Un día plomizo en Madrid

Un día plomizo en Madrid

La luz de un día de julio en Madrid quema, desde muy temprano. Reduce a blanco las paredes de los edificios, y si uno no está atento, puede fundirse con ellos. Un hombre pasea, tranquilo, observando con curiosidad lo que hay por delante de él. La luz rebota en su rostro, casi borrándole los rasgos. Casi se hace uno con el fondo, con los edificios y árboles que están ahogados bajo esta luz tan plomiza. Su mirada se muestra entre los rayos del sol, los ojos dos rendijas que intentan abrirse a pesar del resplandor.

Él busca con la mirada, y parece que no se encuentra. Al lado suyo, a otra persona le pasa lo mismo. También pasea tranquilo y relajado, sin prisa por ir a ninguna parte. Está más presente en la escena, es más sólido. No está bañado en esta luz blanquecina e inmisericorde, la sombra y el reflejo lo hacen más corpóreo, con sustancia; pero su mirada también parece curiosa, ligeramente desviada de la dirección del primero. Son dos personas iguales, o muy parecidas, que no se hallan. Cerca el uno del otro, podrían compartir destino, converger en un punto, contarse cosas que no saben de sí mismo el otro.

Yo sigo de largo, preguntándome rato después si alguno de los dos se habrá encontrado. Quizás el sol le habrá borrado la mirada a él, o el otro desaparecerá por seguir adelante, o quizás seguirá existiendo sin saberse reflejo; si se encontrarán, de casualidad, en un día plomizo en Madrid.

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