Reflejos esperando destino.

Reflejos esperando destino.
Reflejos esperando destino.

  Reflejos esperando a que les lleven lejos de aquí. Sentados o de pie, mirando el móvil o ignorando la publicidad. Deseando que llegue el autobús que les devuelva a otra parte. Todas las miradas suspendidas sobre el tedio de la espera, de la no acción, de no estar produciendo o haciendo la siguiente tarea de la lista. Intentando que las hormigas rojas de su estómago no los consuman mientras esperan inquietos, preguntándose si les dará tiempo para la siguiente acción, posterior a la primera. Siempre dos pasos por delante del presente, en un lugar que tampoco es el futuro, que siempre está ondulando entre dos paredes estrechas.

Esos reflejos que en algún lugar cercano guardan su carne, pidiéndose sitio dentro del silencio establecido bajo el cristal de la marquesina. Queriendo migrar de aquí, del nosotros mezclado con el ellos y el yo. Consultando las novedades en el móvil, actualizando su sistema operativo de miedos, opiniones y prejuicios. Miradas que se inclinan 120º para mirar una pantalla, y no encontrarse con un iris desconocido e incómodo. Contando las bolsas que sujetan con las yemas de dedos sudorosos de cargar con la necesidad de comprar. Haciendo cábalas, repasando alguna conversación en el trabajo. Alguien se sumerge en alguna lectura; historias que no son nuestras y nunca esperan el autobús.

Distintos planos que convergen y se separan. Todos educados para no encontrarse y tropezar. Coincidiendo, sin molestarse ni saludar, contentos con fingirse educados en silencio. Algunas miradas rompen algún protocolo: cotillean el móvil ajeno, la lectura que te lleva hasta la siguiente parada, o dónde termina la ropa y se insinúa una isla lejana. Miradas que confiesan cosas que se evaporarán pronto, o que desconfían por haberse encontrado sin permiso. Alguna sonrisa, una señal de complicidad, de sentirse cómodos sin necesidad de más. Ojos que miran al infinito, y se asustan cuando otro par les avisa de ello. La penuria de sentirse apretado entre dos cuerpos no autorizados; la secreta alegría de sentir calor estando fuera de cuatro paredes.

Se marchan sin confesar destino, solo la urgencia. Algunos compartirán ruta, y ya se sentirán menos extraños entre ellos que con el resto de la gente, que les miran al entrar. Una evaluación rápida, la necesidad de confirmar sospechas o sentirse tranquilos. La colonia barata que camufla la falta de higiene, y nos empuja contra el asiento o la ventana. El agobio de sentir que alguien se sienta a tu lado, y más gente entra, y ya no tienes espacio; apenas salida. Compartir espacio, y paciencia, y siempre ver a los de la siguiente parada como intrusos. Todos juntos, colaborando para que esta ciudad no se colapse de coches, y de paso tampoco la economía de uno.

Sobre el tedio de la espera, siempre están las miradas que se sostienen sobre una cuerda. En direcciones opuestas, dos miradas que tratan de no tocarse a pesar de acercarse, de caminar sobre el mismo hilo fino y frágil. Esperando llegar a destino, seguir con su rutina, sin haberse importunado, sin llamar la atención. Enfangados en este entreacto, todos cómplices de este viaje. Líneas de telégrafo que surgen de pozos negros, que transmiten pena, alegría, duda, miedo, o soledad. El ansia de tocarnos, o de alejarnos aún más. De hablar y conocernos, de protestar o reírnos. De llegar juntos a alguna parte, sentados o de pie bajo la marquesina.

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