Lunes
Camino hacia el metro como todos los días, para ir hacia la escuela en la que estudio la FP. Hace calor y el sol está alto en el cielo, a pesar de lo temprano que es. Voy con mis legañas y mi café sin hacer efecto, y entro en la boca del metro. Legiones de insomnes que sueñan con el viernes por la tarde un lunes por la mañana. Llego al vagón, y aterrizo en el primer asiento que veo. Cierro los ojos, hay doce paradas por delante.
Noto una mano que me toca en el brazo, y por instinto me aparto un poco, pensando que quizás me he apoyado en él inconscientemente. Vuelvo a notar los dedos presionando contra mi hombro, y esta vez abro los ojos. Giro con mi peor cara de lunes, y me recibe una cara que parece de cualquier otro día. Sólo hay un pequeño detalle, uno que hace que mi cerebro derrape para caer por un despeñadero.
Es igual que yo. No quiero decir que se parezca físicamente, o que sea familia, o me recuerde a mí, o a alguien de mi familia. No. Es igual que yo, idéntico. Solamente la ropa lo diferencia de mí, y encima esa ropa es mía. También lleva puesta una cara con una mezcla de estupor y media sonrisa, como quien no acaba de hacerle gracia su propio chiste. Miro al resto de la gente, como esperando que alguien se dé cuenta de lo mismo que yo. Nadie. Caras absortas, dormidas, con el periódico o pendientes del móvil. No quiero saber cómo reaccionarían si este tío me apuñalara…
– Al menos podrías decir hola. – Encima tiene mi voz. Si es un sueño producto de la falta de limpieza de la cafetera, juro que esta tarde la dejaré como los chorros del oro.
– Esto es un sueño, y uno muy raro, pero no pienso despertarme hasta que suene el nombre de mi parada. Así que déjame tranquilo, que tengo seis horas de curso por delante, y mil cosas que hacer esta tarde.
– Al respecto de eso, que sepas que el técnico no va a poder venir. Algo de un problema con otra reparación que se ha ido de las manos.
– ¿Cómo sabes eso? ¿Quién coño eres? ¿Y qué haces en mi sueño? – Cada vez me siento más incómodo, y no dejo de mirarle, buscando algo que nos distinga, que diga que es un impostor, una broma con cámara oculta, alguna sensación de neblina que me confirme que alucino o estoy dormido.
– Soy tú. Creo que es algo que se ve a simple vista, pero viendo tu cara, que encima es la mía, es bueno dejarlo claro. Para ser más precisos, soy tu yo del martes.
No podría ser más claro. Cómo no se me había ocurrido a mí esa respuesta.
– Ajá. Claro. Mi yo. Del martes. El caso es que… verás… no puedes ser yo, porque yo soy yo, y además, hoy es lunes. Y que conste que no me importaría que fuera martes, y ahorrarme un día de clase, pero me temo que esto no funciona así.
– A ver, no tengo todas las respuestas, pero sí, tú eres tú, yo soy yo, y los dos somos el mismo yo. Creo que tiene que ver con este metro, alguna distorsión en el espacio tiempo, pero como has comprobado antes, soy de carne y hueso, y no proyección de tu mente. A todo esto, dos últimas cosas.
– ¿Cuáles?
– Que esta es la última parada, y que al fin iré con mi novia… o nuestra novia, si prefieres… a ver la última de Tom Hardy.
Resuena el nombre de la estación en todo el vagón, y nos incorporamos los dos para salir. No dejo de mirarle, como si viera una escultura mía tan parecida que siento que me roba el alma. Salgo del vagón antes que él, y ya en el andén me giro para decirle algo. No le veo. Intento encontrarle entre la marea de gente que me rodea, mientras me miran con odio por retrasarles e incordiar, y cuando se despeja todo, estoy solo. Se fue.
Martes
Un día más. Llego al metro. Pienso en la broma que fue la última clase de ayer, una hora mirando al techo mientras el profesor divagaba. En el técnico que me llamó para decirme que no iba a poder venir a mirar la avería en la lavadora. En lo que sucedió ayer. No se lo he contado a nadie, ni siquiera a mi chica. No tengo ganas de que me tome por loco. Al menos hoy iremos al cine; un poco de acción, argumento sencillo y explosiones, todo bien acompañado con palomitas, gracias.
Aterrizo en el asiento, y a continuación se sienta a mi lado otro chico. No puedo evitar mirarle de reojo… y luego de frente, con los ojos como platos. Es él. O yo. Hoy es martes, estoy seguro. Él… ¿de qué día es? Se le ve dormido y cansado, y a punto de caerse su cabeza sobre mí. No puedo evitar reírme de mí mismo, y le toco en el brazo. Se agita, y se echa hacia el lado contrario, su cabeza a punto de incrustarse contra la barra. Vuelvo a tocarle con más fuerzas, y esta vez se gira para mirarme con todo su odio por mi estupidez.
Su cara es un poema, y me suena haberlo escrito ayer.
– Al menos podrías decir hola. – Encima soy poco original.
Diría que nuestro diálogo varió, que esta vez yo sabía las respuestas con las que convencerme a mí mismo, pero me temo que no. Para colmo, esta vez decidimos ser multitud. Antes de haber recorrido una estación, se sienta otro chico enfrente de nosotros. Igual que nosotros dos. Bueno, diría que la barba ha crecido unas milésimas, y que hoy va mejor vestido. De traje, de hecho.
– Creí que no podía estar más perdido, pero veo que me equivoco. – La cara de mi yo de ayer, o Lunes, es de estar a punto de sufrir un derrame cerebral. Es difícil entenderse con uno mismo, como para encontrarte con tu yo de dentro de 48 horas. Encima va mejor vestido que uno. O que los dos.
– Bueno, veo que esto no cambia, y definitivamente, estamos en un espacio/tiempo muy singular. He buscado en Google, pero no he encontrado respuestas, salvo que para mañana aprenda de memoria la Teoría de la Relatividad. Ah, y voy así porque tengo una entrevista de trabajo. – Jodido Miércoles. Vale que soy yo, y es trabajo, pero de repente mi día se ha vuelto de transición, de espera.
– ¿De qué? ¿Tiene buena pinta? ¿Sueldo? Ah, ¿y la lavadora? ¿Viene el técnico esta tarde? – Me salen las preguntas a trompicones, y estoy prácticamente ignorando a Lunes, pero quién no ignoraría a su yo del lunes.
– Bueno, es un trabajo en una agencia, diseño y maquetación, no tiene mala pinta… pero es de becario. Al menos pagan, y no solo con latigazos, y bueno, voy con referencias. Carla es la que me ha… nos ha hecho el favor. Te llamará a lo largo de la tarde, así que ten el móvil a mano, porque buscan con prisas. Sobre la lavadora, al final vino, pero es peor de lo que parecía, y no parece que pueda tener la pieza hasta el jueves. Así que no manches el traje. – Se ríe. Se siente un triunfador. Normal, yo suelo sentirme así cuando me entrevistan, no digamos cuando me cogen. Al menos es una buena actitud para conseguir un trabajo.
– Por cierto, tres cosas. – Miércoles, o mi futuro, se pone serio.
– ¿Qué?
– ¿Qué? – Parece que Lunes se apunta a la conversación.
– La primera es que no te fíes mucho del técnico. Creo que pretende clavarnos acumulando visitas que solo sirven para que se agache, mira, pestañee con su cara de cerdo, y se vaya, así que mira de buscar otro más serio. Que no te la líe esta tarde como a mí. Lo segundo, es que al final no fuimos ayer a ver la película que quería, sino una francesa. Algo sobre centrales nucleares. – De repente Lunes y yo nos desanimamos. – Pero mereció la pena, y las españolas no son las únicas películas donde se enseñan tetas. – Algo me anima a mí, pero Lunes parece más serio. Diría que está tomando nota para impedirlo. Ya le contaré, si nos vemos.
– ¿Y la última cosa?
– Última parada.
Miércoles
De nuevo hace calor, de nuevo desciendo a las entrañas de la ciudad. Ayer me llamó Carla para una entrevista de trabajo; vi una película francesa que no recuerdo, no por mala, sino porque estuve fuera de la película, ensimismado en mi lío existencial; y el técnico me dijo que muy mal todo, que había que pedir la pieza desde la fábrica, y eso tarda. Bendita globalización. Al menos me queda bien el traje, parezco alguien a quien contrataría.
Hoy me siento donde puedo, parece más lleno que nunca el metro. De hecho, diría sin temor a equivocarme que hay superpoblación de yoes míos e intransferibles. Ahí están los dos, uno tratando de convencer al otro de todo este absurdo. El peor de los tres creo que soy yo, que parezco acostumbrado a este desbarajuste existencial. Qué rápido se acostumbra uno a lo absurdo. Antes de poder decir nada, una mano se posa sobra mi hombro, y un carraspeo silencia a la extraña pareja de gemelos. Mi mirada sigue de la mano al brazo, llega al hombro, y a continuación al rostro que se alza por encima. Mañana no llevaré traje, parece.
– Te queda bien el traje.
– Gracias, es para una entrevista de trabajo. Tuvimos buen gusto, ¿verdad?
– Ahora lo que queda es tener suerte. – El rostro que veo ante mí, tan inquietante como todos los que ahora veo a mi alrededor, parece serio, un punto desanimado. Contrasta con mi alegría. Soy como un bipolar fragmentado.
– ¿Algún consejo, conclusión, algo? ¿Hay esperanza, doctor?
– Tú ve, suelta el discurso que sé que te has preparado mentalmente, y bueno, te dirán que este viernes deberías tener respuesta.
– ¡Perdón, alguien puede explicarme algo! – Lunes lleva un cabreo encima de mil demonios. No se lo reprocho, esto es demasiado para nadie, yo casi no logro superar la versión con un solo futuro. Martes no parece llevarlo mucho mejor, sus pocas respuestas viniéndose abajo ante tanta saturación de sí mismo. Se acostumbrará.
– Por cierto, que sepáis todos que hoy veo con nuestra novia, una y singular, no como nosotros, panda de tarados, la de Tom Hardy. – Martes parece sentirse el más listo de nosotros, y Jueves y yo compartimos una sonrisa cómplice. Si cree que puede conseguir lo que yo no conseguí ayer…
– Tengo varias cosas que deciros, jovenzuelos. – Parece que a Jueves le encanta sentirse importante.
– ¿Qué? – Responden tres voces inconfundibles, indistinguibles, y que mezclan interés, aturdimiento e inquietud.
– La primera, intentad cambiar de técnico, estoy viendo que esta tarde, es decir, la mía, tratará de liarla, ni siquiera me ha llamado aún para decirme a qué hora viene. La segunda, sé que la clase de Relaciones en el entorno de trabajo y sus muertos es un coñazo, pero me he enterado por Guillermo que tenemos examen de la asignatura la semana que viene, así que a chapar cabritos. Sacad tiempo de lo que sea. La tercera, la película francesa merece la pena, y a nuestra querida señora le hace mucha ilusión. Así que Martes, no intentes ninguna tontería, y haz como Miércoles, mira qué contento está hoy. Quién sabe, igual el viernes o el sábado lo agradecemos. – Sonríe encantado con la idea. Sonreímos todos. Cabrón. Si moja, mojará antes que cualquiera de nosotros. En fin, al menos todo queda en familia.
– Miraré esta tarde de llamar a otro técnico, antes del cine… y no haré tonterías. – Dice Martes. La idea me choca bastante, teniendo en cuenta que hoy es miércoles, pero empiezo a tener claro que al salir de aquí, cada uno sigue su curso.
– ¿Alguien puede explicarme algo? ¿Y cuál es la última cosa que ibas a decir? – Pobre aquel que le toca ser lunes.
– Última parada.
Jueves
Otro día más. Llevo tres días hablando conmigo mismo. Por norma, eso es buen motivo para ir al psiquiatra, y que empiecen los electroshocks. Quizás por eso mismo, y porque no me disgusta mucho mi compañía, prefiero llevar esto discretamente. Repaso mentalmente los días y las tareas. Ayer fue miércoles. La entrevista no fue bien. Es la verdad. Podría decir que hay posibilidades, y una parte de mí así lo cree. El resto no se lo traga. No sé si es ya por la experiencia acumulada. Quizás porque estoy cansado de trabajos sin futuro más allá de la esperanza y la promesa de buena voluntad; se debe notar en mi cara cuando me entrevistan.
Esta tarde debería venir el técnico, siempre que me llame para avisarme de ello. Genial. Creo que mi chica me nota raro, me pregunta mucho si todo va bien, dice que estoy extraño. Esto de habitar el multiverso espaciotemporal no sienta bien. Además, de repente mis niveles de agobio han subido al enterarme de un examen que tengo que hacer la semana que viene. Por último, mis compañeros de banda insisten en que hoy sí o sí tenemos que reunirnos en el local de ensayo. Ni siquiera me he puesto a revisar las letras de las dos últimas canciones, no sé si servirá de mucho que esté presente.
En el vagón, un día más, están mis iguales. Lunes, con cara de no entender nada; Martes intentando explicar todo sin mucho éxito; y Miércoles, viéndolo todo en silencio, como si intentara tomar nota de sí mismo. ¿Qué le digo? No está bien desanimarse antes de una entrevista.
Mi mano se posa firme sobre el hombro de Miércoles, y este va subiendo su mirada hasta encontrarse con la mía.
– Te queda bien el traje.
– Gracias, es para una entrevista de trabajo. Tuvimos buen gusto, ¿verdad?
– Ahora lo que queda es tener suerte. – Su rostro es todo ilusión y ganas de que le den una oportunidad. Yo tengo esas mismas ganas, pero la ilusión está mustia.
– ¿Algún consejo, conclusión, algo? ¿Hay esperanza, doctor? – ¿Qué le digo? Mentirse a uno mismo es una gran estupidez, pero supongo que la distancia temporal, y el hecho de intentar ser clemente conmigo mismo, me dan coartada.
– Tú ve, suelta el discurso que sé que te has preparado mentalmente, y bueno, te dirán que este viernes deberías tener respuesta.
Lunes explota pidiendo explicaciones, y antes de que ninguno de nosotros conteste, caigo en el hombre que está al otro extremo de donde se sienta Miércoles. Es… Viernes.
– ¿Tú también aquí?
Viernes intenta apartar la mirada y hacer que esto no va con él, pero no puede evitar sentir cuatro pares de ojos que le conocen sin haberle dicho nunca nada.
– ¿Qué tal si nos ignoramos? – Vaya, parece que mañana no estaré de humor. Parece agolparse contra la pared del vagón, y creo que si pudiera, huiría por la puerta del mismo y saltaría del tren. Menos mal que no soy tan impulsivo.
– Todos estamos encantados de conocernos, y con respecto a todos, eres el más viejo de nosotros. Eres un pozo de sabiduría. Compártela.
Viernes me mira a los ojos. Se le ve cansado, parece que yo voy a ser un mal día.
– Jueves, te ha tocado ser la fea. Te voy avisando, aunque está claro que nunca nos hacemos caso el uno del otro, de nosotros mismos, joder. Prepárate para que tu novia te abronque por estar tan evasivo, que tu grupo te cante las cuarenta por no hacer nada esta tarde, para que el técnico te siga dando largas, y para que Carla te llame diciendo que por qué en la entrevista parecías pasar de todo.
– ¡No pasaba de todo, estuve atento y respondí lo mejor que pude a todo!
– No es lo que ella dice, y tú, tanto como yo, sabemos cómo fue realmente.
Miércoles nos mira a los dos sin poder creérselo. Noto cómo se hunde bajo mi mano, cómo de repente se siente estúpido llevando el traje. Veo a Lunes y Martes horrorizados con todo lo que ven. Yo tuve más suerte cuando estuve en su tiempo. Parece como si cada día del pasado heredara mis errores.
– ¿Qué propones hacer, Viernes? – Me cuesta abrir la boca y pronunciar las palabras. Siento miedo de lo que se me viene encima.
– Pues… no lo sé Jueves. Quizás ser honesto. Decirle la verdad al grupo, que estás muy agobiado con todo, que los problemas del piso no te deja tranquilo, que tienes vida privada. Respecto a…
– A ella no podemos decirle la verdad. No tenemos respuesta para lo que está pasando, pero joder, esto es una locura. No hay forma humana de explicar que vivimos un microespaciotiempo propio. Es demasiado absurdo. – Salto como un resorte ante la idea. Más locuras no, gracias.
– Y sin embargo, sucede. – El miércoles es mi día más lúcido, parece.
– Tú verás. Por mi parte, sólo deciros que todo lo que no resolváis, os va a explotar, me va a explotar. Hoy voy a decirle al técnico que o viene, o puerta. Llamaré a Héctor para pedir disculpas al grupo por la mierda de ayer. Trataré de estar algo de tiempo con mi chica. Me lo agradeceréis todos cuando os toque, espero. Ah, y no estaría mal llamar a mamá.
De repente todos sentimos un peso encima, una deuda que ninguno quiere pagar. Lo correcto sería pelearnos por hacerlo, o que todos lo hiciéramos, pero la realidad es que no es así, y todos nos miramos, esperando que sea otro el que se levante.
Esta vez el final del viaje nos llega sin necesidad de avisos.
Viernes
Los héroes suelen salvar a su país, el mundo, una galaxia. Yo hoy tendría que salvarme a mí mismo. Saber las cosas no es lo mismo que sufrirlas. El dolor no siempre es correlativo al miedo anterior. Decir que ayer fue un día de mierda, tirado a la basura, es quedarse corto. Todo falló, todos se sintieron molestos o traicionados por mí. No cumplí con nada de lo debido, y no puedo justificarlo con nadie, ni siquiera con nosotros, conmigo mismo. Los días pasados no me pertenecen.
Llego al vagón, y me evito, me siento en el extremo más alejado, y evito el contacto visual. Reconozco todas las conversaciones, los pasos dados; el desconcierto, la diversión, la curiosidad, la ilusión, el desengaño, la esperanza. Supongo que yo aporto la amargura y la decepción. Hoy no es mi día, aunque es el único que me pertenece durante las próximas horas.
Noto una mirada que parece taladrarme, me giro por un momento para mirar, y soy cazado. Jueves me reconoce. Intento que me dejen en paz, les digo lo que ya saben, hundo a Jueves con toda mi mala leche acumulada contra mí.
Les miro, y siento el silencio que a plomo se ha instalado sobre todos… si tan sólo dijera algo que sirviera.
– Mirad, somos las deudas del anterior. Mirad a Lunes, miradme a mí. No quiero que Sábado aparezca aquí y nos mate a palos sólo por haber sido unos inútiles.
– A todo esto, ¿dónde está Sábado? – Pregunta Martes
– Los sábados no cogemos el metro por la mañana, no tenemos clase. ¿O ahora sí? – Esta vez es el turno de Lunes. Pobre, debe ser el lunes más despistado de la historia.
– Ni trabajo. – Apostilla el pobre Miércoles, quien a base de jueves y viernes se ha venido abajo.
– Entonces… hasta la semana que viene, ¿no? – Jueves hace la pregunta con tristeza, como si fuéramos a despedirnos todos y romper la cadena que nos une.
– Ya veremos. – Con mis palabras, entremezcladas con las de megafonía, nos despedimos.
Sábado
Esta vez el viaje es más corto de lo habitual, aunque casi igual de temprano. Cuatro paradas, hasta donde vive mi chica. Ayer le escribí, explicándole que he tenido unos días muy raros. Voy a intentar compensarle estos días en mi propio espacio tiempo. Llevarla a pasear, a tomar algo, a disfrutar, sólo conmigo. Por mucho que me quiera, no merece soportar todos mis yoes juntos.
Hice más cosas ayer, más arreglos y chapuzas. Le dije al técnico que adiós, que mejor si iba yo a por la pieza. Una semana perdida y el cesto hasta arriba. Supongo que no se acaba el mundo, pero mis compañeros de piso están de nervios. También hablé con Héctor, y con mi madre. El primero fue duro conmigo, pero paciente; ya sabe para qué sirvo y para qué no. La segunda comprensiva, sigue esperando que yo sirva para mucho.
Les encuentro a todos. Les miro desde otro banco. Sus dudas, sus esperanzas, sus derrotas. Las mías. Me gustaría decirles algo que les sirviera, que les consolara, pero para nada ha servido antes. Todas las sendas, aunque intentara evitarlas, han sido recorridas. He sentido las espinas de cada día. Sé quién soy, tengo la misma percepción de mí mismo que tiene quien ha observado un cuadro durante años, hasta conocer cada pequeña pincelada. Lo mejor será dejar que me equivoque, y tratar de aprender; para mí, para futuros días.
Suena el nombre de mi parada, y me sitúo frente a la puerta. Intento no mirarles. Jueves está a mi lado, dándome la espalda. Martes parece absorto observando a Viernes y Miércoles. Lunes… me ha visto. Le devuelvo la mirada. Nos miramos. No nos decimos nada, no se chiva al resto. Veo su confusión, y le miro como si viera a un niño. Debe estar tan confuso. Comparado con él, lo mío fue una pequeña broma, lo suyo ahora un inmenso caos. Sonrío, como si estuviera contento de lo que veo en el espejo, y eso le hace sonreír a él también. Quizás ahora sienta todo un poco más fácil. A fin de cuentas, yo soy la prueba de que el sábado seguiré vivo, de que el mundo seguirá girando, de que casi todo tiene arreglo. Nos despedimos sin decirnos nada, y me marcho sin mirar atrás.
Hasta la semana que viene, me digo a mí mismo.